Lo que no te mata te hace más frío. La tristeza viaja ligera de equipaje, va devorando partes de ti para que huyas más deprisa de quien decía querer llevarte de la mano. No es un camino de ida y vuelta: es un naufragio. Un naufragio en una noche incómoda y oscura, sin Estrella Polar, ni Cruz del Sur, ni astrolabio ni Cristo que lo fundó. A veces, tras la tormenta, uno despierta en la playa y observa el barco ahí mismo, encallado en unas rocas a unos metros de la orilla, con el casco astillado pero cada equipaje en su correspondiente camarote. Otras, en cambio, apenas quedan rastros del desastre. Al contrario de lo que podría pensarse los naufragios más violentos no suelen dejar restos espectaculares a la vista. De vez en cuando emerge del fondo del mar algún cadáver hinchado o aparece una camiseta todavía sin estrenar, con la etiqueta y todo, flotando sola a la deriva. En cualquier caso, has sobrevivido. No te queda más remedio que sentarte a esperar que el mar traiga a la arena una maleta con ropa de tu talla. Desnudo y a merced de las corrientes, disfrutas al menos de la paciencia serena de quien ha perdido la esperanza.
Ya solo las heridas.
No recuerdo en qué guerra,
bajo qué bandera,
por qué ideales.
Apenas ya las heridas sobre la piel
blanca como la arena de los relojes,
esperando las patadas de otros pies
bajo las sábanas.
**Fotografía: Moynaq, Mar de Aral. Arian Zwegers. https://www.flickr.com/photos/azwegers/
Muy bueno
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Gracias por leerlo 😉 ¡Un saludo!
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Bravo!!Comparto sino te importa. Cabecitaloca
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¡Claro! ¡Gracias!
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