Si resbala un verso desde la fiebre,
cúbrelo con varias mantas hasta que rompa a sudar.
Si se cuela un verso entre los sueños,
átalo a una pata del escritorio nada más despertarte.
Si se desprende un verso mientras le pasas un trapo
a lo que fue o a lo que nunca ha sido,
hazle tres o cuatro fotografías desde distintos ángulos
y guárdalas durante un tiempo en cajones diferentes.
Si tiras un verso sin querer mientras colocas la compra,
y se cae al suelo y se rompe y apenas quedan unas palabras sueltas,
entablíllalo, véndalo fuerte y salta sobre él a la pata coja
a ver si aguanta.
Si chocas con un verso por accidente durante un paseo por el campo,
deja que te baje por el cuerpo y al llegar a casa,
descálzate con cuidado el pie izquierdo,
vuelca el zapato sobre una mano
y separa el verso del resto de chinas del camino.
Si se te escapa un verso como un gemido,
en medio de una película, de un libro o de una canción,
aspira con fuerza y devuélvelo dentro,
bebe mucha agua y haz ejercicio para que crezca
y córtalo solo cuando empiece a enredarse entre tus labios.
Si te quema un verso durante un telediario,
tápalo con papel de plata y mételo en el frigorífico:
es la cena de mañana y hoy toca barrio.
Y si se te engancha un verso mientras das un beso,
y te araña las tripas como un gato asustado,
olvídate del verso:
ES-TÁS DAN-DO UN BE-SO.
A partir de aquí todo es más fácil:
ya solo tienes que tirar del tapón y seguir al verso por el desagüe,
atarle un hilo al verso y jugar al yoyó
o soltarlo desarmado en el laberinto de Creta,
meter al verso en casa y verlo revolotear y darse golpes contra las paredes
hasta encontrar la única ventana abierta,
sentarte en una terraza con buenas vistas y dejarlo gotear de todas las macetas.
A estas alturas puede que ya tengas un poema.
En tal caso córtale las venas y tíralo al mar
para que los tiburones lo rebañen hasta los huesos,
clava el poema en lo alto de una montaña
y que el viento desnude sus entrañas de granito,
ponlo de patitas en la calle en medio de una tormenta
o déjalo crecer en los jardines municipales
y recógelo después de que lo pode un empleado del ayuntamiento.
Evita:
escurrirlo como una bayeta,
exprimirlo con aparatos eléctricos,
muscularlo con esteroides,
afeitarlo.
Si lo envuelves con plásticos para que no se oxide
terminará asfixiándose;
si lo metes en una cesta recubierta de pez y lo echas al río
acabará olvidando de dónde viene.
Simplemente, genial. Muy muy bueno, felicidades.
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¡Gracias! Me alegro de que te guste 🙂
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Excéntrico y brillante.
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